ENRIQUE BRAVO ESCUDERO
Hemos tomado las cámaras y las palabras y hemos salido al mundo manchando con un rastro distraído. Se ha teñido la luz de violeta, color de la mar cuando descansa de la existencia y sus trabajos. Y todo ha ido cambiando, más rápido que el nivel del horizonte, que la profundidad de campo, más rápido que los trazos y que el lienzo.El poeta y el fotógrafo, orfiebres de las lentes y los sonidos, muestran aquí la sed del paraíso, el motor de la carretera, las espigas que se abaten, los caminos, el hilo que los ata a un pasado que labra los surcos del ingenio, el tacto que hiere con la llama, las últimas caricias de las mañanas azules y las podas del otoño, la tarde que nos deja o la sed de las salinas.El poeta y el fotógrafo comparten una mirada que rueda esférica, pesada, como cabeza en la canasta. Queda entonces el mundo. Si se palpa a manos llenas se siente orondo y repleto como cueva de agua.Ocúpese, lector, de construirlo, de inventarlo de nuevo pasando de página. Y eso le proponemos: comparta con el poeta y el fotógrafo su mirada, discuta y complete esos caminos, deje que le hieran los vientos del invierno, pregúntele cuando abaten las espigas, cuando es lo último que te queda.